jueves, 10 de diciembre de 2009

Equipamiento templario

-Bienes particulares-

Hace algunos meses con motivo de la publicación del nº 497 de la revista Historia y Vida, número que llevaba por título Los Mitos Templarios, escribí una carta de lector denunciando algunas incorrecciones en el artículo que firmaba el Doctor Juan Carlos Losada. Entre muchas de las que yo entendía como incorrecciones se hallaba un punto dedicado a las posesiones personales de los integrantes de la orden del Temple .El autor afirmaba que: apenas tenían derecho a poseer bienes particulares, salvo su ropa y una insignificante cantidad de dinero, cuatro denarios. Pues bien, aprovecharé esta entrada en el blog para hacer una revisión de los bienes particulares de los miembros de la orden e intentaré dejar claro que la idea del doctor Losada, en mi opinión, puede ser más concreta puesto que aunque, una vez que se producía el ingreso en la Orden, debían entregar todo lo que portaban, la propia institución les otorgaba toda una serie de bienes a título personal (armadura, ropa y equipo).


Bernardo de Claraval, gran valedor del Temple ya afirmaba: “habitan en la misma casa, sin poseer nada propio…”, y a continuación dice: “zurcen sus ropas rotas, reparan sus armaduras…”. Lo cierto es que analizando la cuestión desde una perspectiva macro podríamos concluir que nada les pertenecía a los miembros de la orden puesto que, tal y como indicaba en entradas anteriores, todo era para la Orden a nivel institucional; pero siendo más concretos se puede y debemos aclarar que individualmente los miembros (y sobre todo los altos cargos) sí tenían posesiones propias e incluso los frailes de la orden llegaron a tener “esclavos” (criados propios) que compraban y vendían. Basta con acudir a la Regla templaria e incluso revisar los distintos retraits de la misma para comprobar los bienes personales de los que podían disponer los templarios. De esta manera vemos como el Maestre del temple disponía de 4 caballos, un caballo turcomano y dos o tres animales de carga, un séquito con capellán, dos caballeros, un secretario, un sargento, un criado, un herrero, un escriba, un turcópolo y un cocinero. En tiempo de guerra podría disponer de 10 caballeros como escolta personal. El Senescal poseía: caballos (4 caballos y un palafrén) y séquito propio. El Comendador de Jerusalén tenía tres caballos y uno más que solía ser turcomano. Los caballeros disponían de 3 monturas


Una vez que se ingresaba en la orden a los nuevos miembros se les hacía entrega del hábito, armadura y otras vituallas de distinta calidad según al rango al que perteneciesen. Para los caballeros la armadura consistía en un casco y una cota de malla completa, chaleco de cuero, etc. Entre las armas se les entregaba: espada, escudo, lanza y maza turca, daga, cuchillo para pan y otro de uso cotidiano (todos bienes particulares que el propio caballero debe encargarse de cuidar y reparar). El hábito común estaba formado por: dos camisas, dos pares de calzas, dos pares de calcetines, un cinturón para atar la camisa, un justillo, dos túnicas blancas, un manto pesado o capa, una túnica de manga corta, un cinturón de cuero, un bonete de algodón y otro de fieltro, tres pares de alforjas y una manta para el caballo. En combate debían llevar todo tipo de bienes particulares, entre ellos: mantas, sábanas, estera, utensilios de menaje, etc. Los sargentos que portaban la túnica parda o negra y tenían un status menor a los caballeros propiamente dichos disponían de casquete de hierro, cota de malla corta, protección para las piernas y poseían 1 caballo, excepto los 5 sargentos de posiciones de autoridad en Oriente que tendrían dos y un escudero.


Y es que no debemos olvidar lo que dice la regla en su artículo 20, el cual puede dar lugar a contradicción con la idealizada visión del guerrero templario, “el templario tiene derecho a cierto confort. Ha de llevar ropa adaptada tanto a los fuertes calores como al frío”. Es decir, que a pesar de estar sujetos al voto de pobreza de nuevo vemos como realmente los miembros de la orden tenían en propiedad toda una serie de bienes particulares, que se adaptaban además a las necesidades de cada momento y ubicación. Asimismo, aquellos miembros de la orden que envejecían o contraían enfermedades que no les permitían volver a prestar servicio en las acciones militares debían devolver, únicamente los caballos y el equipo de combate por lo que lo demás, en mi opinión, parece claro que tuviese un valor personal e intransferible.


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