En un “inesperado” descubrimiento se ha encontrado un hombre de clase alta que esgrime un cascabel, sepultado entre poderosas sacerdotisas de la sociedad preincaica moche, en Perú, según informes de arqueólogos.
Rodeado por antiguas “máquinas de humo”, así como de huesos humanos y de llamas, el cuerpo acompaña a otros que fueron sepultados dentro de una tumba singular bicameral que data del 850 d. C., informó el arqueólogo Luis Jaime Castillo Butters, de la Universidad Católica de Perú, en Lima. La tumba contenía un ataúd de madera decorado con una celosía de cobre y una máscara dorada, colocado sobre una plataforma elevada. Dentro del ataúd “es donde encontramos el objeto principal de la sepultura, y es un hombre”, señala Castillo.
“Luego de 18 años de excavaciones en San José de Moro, esperábamos otra mujer”, destacó. “Pero esto tiende a suceder (en arqueología): esperar lo inesperado”, precisó el investigador. ¿“Máquinas de humo”? ¿Sacrificio de llamas? Los moches eran una sociedad fragmentada de agricultores que ocuparon las áridas costas de Perú entre el 100 y 1.000 d. C.
Desde 1991, Castillo ha dirigido las excavaciones en San José de Moro, un centro ceremonial y cementerio regional para moches de clase alta en el valle Jequetepeque, en la costa norteña. Hasta el momento, en el sitio se han encontrado siete sepulcros de sacerdotisas reales, indicio del poderoso papel de las mujeres en la sociedad moche, afirmó Castillo. Este año, el equipo de Castillo inició excavaciones en la primera tumba moche bicameral conocida. El trabajo fue financiado parcialmente por el Comité de Investigación y Exploración de la National Geographic Society (dueña de National Geographic News).
Las ilustraciones pintadas en alfarería conocida como moche muestran a menudo una ceremonia ritual donde se baja un ataúd en una tumba similar a la del hombre que esgrime el cascabel. Los funerales, indicó Castillo, eran motivo de celebración y permitían transiciones perfectas de poder de un gobernante al siguiente. Las sacerdotisas probablemente celebraban esos entierros durante festivales anuales realizados en San José de Moro. En la tumba recientemente explorada, el equipo encontró una rampa que llevaba a la primera cámara, que contenía los huesos de un hombre joven, por un lado, y de una llama, en un rincón. El humano y la llama “pudieron haber sido sacrificados a propósito del entierro”, consideró. Tazones de cerámica de 38 centímetros de ancho atestaban el piso a lo largo de las paredes y llenaban nichos cubiertos. Los tazones grandes estaban repletos de botellas de cerámica más pequeñas y de pared gruesa. Esas botellas pudieron haber sido calentadas y dejadas caer en los tazones llenos de líquido, para crear un efecto de vapor y neblina mientras que los cuerpos eran bajados a la tumba durante el funeral, según Castillo.
Una puerta sellada cerraba la entrada a la segunda cámara. Dentro de esa segunda sala, pintada de rojo y amarillo, los arqueólogos encontraron los restos de dos mujeres y un hombre en tumbas simples. El trío pudo haber sido sacrificado, pero por ahora el equipo no tiene claro el papel exacto que desempeñaron. Otro hombre joven no identificado se encontró sentado con las piernas cruzadas en la sala, y una máscara solitaria yacía al descubierto. La máscara es similar a la encontrada en el ataúd del hombre de clase alta, lo que hace que Castillo sospeche que la máscara pudo haber pertenecido a otro ataúd misteriosamente removido.
Dentro del ataúd del hombre de clase alta yacían en desorden sus huesos, una máscara, una vara larga de la que pendían campanas y otros objetos. El revoltijo sugiere que el ataúd había soportado un prolongado y accidentado viaje antes de llegar al complejo de tumbas, subraya Castillo.
El cascabel de “cara arrugada”. El sorpresivo descubrimiento de un sepulcro para un hombre de la élite entre las sacerdotisas envió a Castillo y sus colegas a buscar una explicación entre las ilustraciones moche. Para empezar, la larga vara con campanas lucía notablemente similar a un cascabel sostenido por un reconocido arquetipo del arte moche. “Creo que el tipo del cascabel es el tipo que tenemos aquí”, precisa Castillo.
El arquetipo es conocido como Aia Paec, o “cara arrugada”, una figura central en las ilustraciones de sepulcros. A menudo es representado bajando un ataúd en una tumba junto a un personaje humano nombrado Iguana. Junto con Iguana y una mujer, probablemente una de las sacerdotisas, Aia Paec también es mostrado en algunos paisajes presentando un caparazón decorativo ante un líder.
Según Castillo, Aia Paec e Iguana eran papeles que la gente hubiera heredado. Cuando moría la persona que interpretaba uno de esos papeles, él o ella era sepultada y otra persona del mundo viviente se hacía cargo del papel. “Así, parece que todos estos personajes están relacionados y conectados”, precisa Castillo.
¿Transición de poder? Son tan numerosos los sepulcros conocidos moche para mujeres de clase alta que algunos arqueólogos creen que ellas dominaban la estructura de poder de la sociedad. Sin embargo, debido a que en las ilustraciones moche se observan gobernantes masculinos y femeninos, resulta difícil creer que la civilización era “estrictamente gobernada por mujeres”, considera Castillo.
“Creo que sería más factible tener sociedades que permitan poder femenino junto a poder masculino”, apunta. “Por tanto, encontrar un sepulcro masculino de élite probablemente va en esa dirección”, afirma el arqueólogo Luis Jaime Castillo.
Sin embargo, el arqueólogo Steve Bourget, experto en arte moche de la Universidad de Texas, en Austin, sospecha que el hombre del ataúd no era el primer residente de la tumba. Cita el hecho de que el ataúd del hombre fue encontrado contra una pared de la que podría ser vista como una cámara inusualmente vacía. Según Bourget, es posible que algunos de los habitantes de la tumba hayan sido removidos en época de los moche. “Tal vez lo que se tenía allí era una de las así llamadas sacerdotisas junto con otras personas, y después no removieron a ese individuo”, precisa.
La idea de que el hombre recientemente descubierto sea una persona secundaria en un sepulcro femenino importante encaja mejor con la noción de Bourget de que la sociedad tardía moche estaba en transición hacia una estructura de poder gobernada por reyes rodeados por mujeres influyentes.
“Encuentro eso en la iconografía, pero también lo veo en el sitio de San José de Moro”, considera. La disposición del complejo de tumbas, dice, sugiere que se trata de la tumba de un rey o reyes, rodeada de tumbas satelitales para sacerdotisas. Tal estructura de poder prevalecía en las culturas que sucedieron en las costas de Perú, los chimú y después los lambayeque, precisa. No obstante, Castillo, jefe de las excavaciones, señala que el hombre recién encontrado podría ser parte de una disposición mortuoria más compleja que pondría al mismo nivel al hombre y a las sacerdotisas.
El nuevo descubrimiento, destaca, tal vez no sea el primero que respalda su punto de vista de compartición de poder entre los hombres y las mujeres. En 2008, su equipo excavó una sacerdotisa de una tumba vecina a la que contenía al hombre de clase alta. “Parecían como una imagen en un espejo, (con) el hombre de un lado (y) la mujer en el otro”, agrega el arqueólogo.
*Fuente. Nación