La muestra exhibirá 82 piezas que constituyen parte de los ajuares de los fardos funerarios de la milenaria cultura de la costa sur peruana, procedentes de los fondos del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú y del Museo Regional de Ica.
La exposición, que ya fue presentada el pasado año en las salas del Museo del Quai Branly de París, llega ahora a Madrid comisariada por la conservadora del Museo, Ana Verde Casanova, y está patrocinada por el Ministerio de Cultura y la Embajada de Perú en España. La riqueza y complejidad de estos tejidos, entre los que destacan los mantos, llama la atención tanto por sus dimensiones, estado de conservación, diseño e iconografía, como porque hablan de una sociedad en la que la división social del trabajo permitía a una parte de la población dedicarse a la producción textil en todo su complejo proceso. Desde el hilado y la confección de tejidos, hasta el teñido y los bordados, constituyó una actividad artesanal muy desarrollada y especializada, que requirió del establecimiento de talleres en los que seguramente trabajaron un buen número de tejedoras.
TELAS PARA UNA NUEVA VIDA
La iconografía de los mantos presenta la imagen de unos personajes, a veces 'antropozoomorfos', que exhiben numerosos utensilios y báculos, símbolos del poder, junto con guerreros que portan cuchillos y cabezas cortadas, rodeados a menudo por serpientes bicéfalas y otras representaciones más o menos naturalistas de plantas, animales o figuras geométricas.
En la civilización Paracas, situada en la costa sur de Perú, como en todas las andinas, los textiles desempeñaron un papel muy significativo, ya que eran el soporte de un elaborado proceso ritual mortuorio, que alcanza su mayor esplendor en los enterramientos de los miembros de mayor rango social. De ahí la cuidada elaboración de los fardos funerarios, en los que el fallecido era sometido a un proceso de envoltura y posterior ubicación en su tumba, en la necrópolis de Wari Kayan, acompañado de múltiples ofrendas que le facilitarían su existencia 'post mortem': cerámicas con alimentos, armas y objetos de orfebrería y prendas de vestir como turbantes, tocados, camisas, faldas y mantos, de gran riqueza material y ornamental, cuyo tamaño abarca desde el de las prendas reales, hasta el de prendas en miniatura o mantos de gran proporción.
Además, los individuos de mayor rango social, no sólo recibían un mayor número de ofrendas, sino que, cada cierto tiempo, eran desenterrados para ponerles más capas de tejidos -hasta tres-, que se iban superponiendo al núcleo inicial, alcanzando por todo ello un bulto cónico de gran altura.
Las telas de algodón y fibra de camélido, forman parte de las primeras evidencias de su elaboración en todo el continente americano. Bordadas en diferentes grupos de color que se alternan, conectan con la naturaleza y el mundo sagrado, y hablan de su mitología y creencias, por lo que tienen un carácter simbólico y sagrado que conecta con su cosmovisión.
Esta cultura, que alcanzó su esplendor entre los años 100 a.C. y 200 d. C, en la península de Paracas, fue descubierta en 1925 por el arqueólogo Julio Tello, considerado hoy como el padre de la arqueología peruana. Tello comenzó a estudiarla después de desenterrar más de 400 fardos funerarios en la necrópolis de Wari Kayan, ubicada en la localidad de Cerro Colorado, en Paracas.
*Fuente. Europa Press
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