Encuentran 116 entierros de más de mil años de antigüedad en la periferia de la zona arqueológica de Comalcalco, a 2.8 km al norte de la Acrópolis de este sitio, Es la muestra esquelética más grande recuperada en la región noroccidental del área maya; más de la mitad de los individuos estaba dentro de grandes vasijas de barro.
En la periferia de la zona arqueológica de Comalcalco, Tabasco, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) encontró 116 entierros con más de mil años de antigüedad, 66 de ellos depositados en urnas funerarias y los 50 restantes alrededor de éstas. Dicho hallazgo representa la muestra esquelética más grande recuperada en esa región del área maya, lo que sugiere que podría tratarse de un cementerio prehispánico asociado a esta cultura.
Los depósitos funerarios fueron localizados debajo de tres montículos de tierra que habían sido arrasados previamente por actividades agrícolas. “Posiblemente, los 66 hallados en las urnas corresponden a individuos pertenecientes a la elite maya y los 50 restantes —que fueron acomodados en diversas posiciones alrededor y al pie de ellas— a sus acompañantes”, comentó el arqueólogo Ricardo Armijo, coordinador de las labores de salvamento arqueológico.
También se encontraron, asociados a los entierros, silbatos y sonajas de cerámica que representan tanto a animales como a hombres y mujeres ricamente ataviados, decenas de navajas, cuchillos y desechos de talla de pedernal y obsidiana, múltiples fragmentos de metates, y más de 70 mil tepalcates. “El análisis preliminar de estos materiales sugiere que los entierros tendrían entre 1,161 y 1,200 años de antigüedad, ya que corresponden al periodo Clásico Terminal (750-850 d.C.), aunque todavía falta efectuar estudios exhaustivos que lo confirmen”, declaró el arqueólogo Armijo.
El investigador del INAH manifestó que debido a la gran cantidad de restos óseos encontrados en un mismo depósito, suponen que los montículos fueron utilizados con fines funerarios, es decir, a manera de cementerio prehispánico, ya que hasta el momento es la muestra esquelética más numerosa recuperada en la región noroccidental del área maya, si se considera que los entierros anteriores en su mayoría han sido localizados de manera aislada.
“A 2.8 km al norte de la Gran Acrópolis de Comalcalco, en tres montículos que pensábamos eran parte de un conjunto habitacional prehispánico, hallamos 66 urnas funerarias —cuyas dimensiones tienen en promedio de 35 a 75 cm de alto y 35 a 80 cm de diámetro— con esqueletos que posiblemente pertenecieron a individuos de la elite maya según lo sugiere la evidencia arqueológica, pues este rasgo cultural en Comalcalco fue característico para sepultar a la nobleza.
“Además, detectamos en los esqueletos otras características como deformación craneal tabular oblicua, limadura e incrustaciones dentales —que en Comalcalco, como en otros sitios mayas, se practicaron desde el Clásico Temprano (300-500 d.C.) y sobre todo en el Clásico Terminal— que son rasgos culturales asociados al alto estatus durante el periodo Clásico (300-900 d.C.). Dichas horadaciones presentan algunas incrustaciones de jade en los dientes incluso hasta los premolares”, declaró Ricardo Armijo.
“Asimismo, asociados a las urnas funerarias localizamos 50 entierros acomodados en diversas posiciones alrededor de éstas. El depósito corresponde en su totalidad a una sola ocupación de la misma época, lo que nos hace pensar que fueron colocados expresamente para acompañar en su ‘camino al inframundo’ a las personas que fueron depositadas dentro de las urnas”.
El Proyecto de Salvamento Arqueológico Comalcalco II-Potencia —que comenzó a finales de 2010 y finalizó el 17 de junio de 2011— surgió a partir de un convenio signado entre el INAH y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en 2010 con el Centro INAH-Tabasco para instalar una subestación eléctrica.
“Por ello, el Instituto y la CFE realizaron trabajos de prospección, análisis topográfico, calas de aproximación y muestreos aleatorios que pudieran indicar la presencia de ocupaciones prehispánicas en el área, en predios que, por cierto, ya habían sido afectados antes de la adquisición de estas tierras por la CFE, compañía que en todo momento ha tenido interés en el proyecto de salvamento y lo ha sufragado”, comentó Ricardo Armijo.
El arqueólogo aseguró que después de efectuar un muestreo aleatorio sobre una superficie de 72m2, en uno de los tres montículos del área —de 70 X 40 m— nombrado como “Operación A”, encontraron la primera urna funeraria doble, con un cajete fragmentado en la parte superior de la vasija.
Ante el hallazgo, decidieron extender la excavación para recuperar las urnas en bloque, y posteriormente hacer la microexcavación en el campamento de investigación del Proyecto Arqueológico Comalcalco. Fue así que del 17 al 31 de diciembre de 2010, en el montículo denominado “Operación B” de 16m2, recuperaron 15 urnas funerarias más —de las cuales 13 contenían restos óseos de niños— y 12 esqueletos asociados a ellas.
Debido a la importancia de los hallazgos, la CFE y la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH —con autorización del Consejo de Arqueología— comenzaron una segunda excavación en el mismo montículo “B”, a partir de la primera semana de abril de 2011, ampliando la exploración de 16m2 hasta 88m2, en los que recuperaron 35 urnas más y 35 entierros asociados a éstas, así como el esqueleto completo de un cánido.
Las características principales del total de entierros del montículo “B” fueron que 28 se encontraban a 1.70 m de profundidad y a un metro por debajo del nivel freático, sobre un estrato de concha de ostión y cubiertos en su totalidad con cal viva, que al paso de los siglos, al mezclarse con agua, se transformó en una pasta sumamente adhesiva que permitió que los restos óseos se mantuvieran en perfecto estado.
“Creemos que el uso de cal entre los mayas Yokot´an, que habitan la región de Comalcalco, fue para evitar la putrefacción de los cuerpos y lograr que se preservaran para su paso al inframundo”, explicó Ricardo Armijo.
Posteriormente, se hicieron excavaciones en el montículo “D” —de 60 m2— que terminaron el pasado 17 de junio, donde debajo de un apisonado de barro cocido —de 1 m de espesor— se encontraron 15 urnas funerarias, 3 entierros directos y 3 hornos cerrados hallados in situ sobre un estrato de 10 cm de ancho de conchas de ostión. “Es posible que los hornos se hayan usado para la cocción del apisonado de barro que cubrió este depósito funerario a fin de protegerlo”, señaló el especialista.
El arqueólogo Armijo y su equipo de trabajo consideran que los montículos de tierra mencionados, fueron depósitos donde se llevaron a cabo rituales funerarios con características muy particulares, que serán afinadas cuando se analicen los materiales y el contexto de manera integral.
Hasta el momento, de las 66 vasijas funerarias encontradas, sólo 53 han sido sometidas al proceso de microexcavación, que el arqueólogo Armijo define como “excavación detallada y rigurosa en un espacio reducido y bajo condiciones de temperatura y humedad controlados, en el cual se realiza un registro minucioso de los restos óseos, el contenido de las urnas, las muestras de tierra y demás elementos relacionados con el objeto de estudio”.
Los responsables de coordinar dichos trabajos son el arqueólogo Ricardo Armijo y el antropólogo físico Stanley Serafín, quienes mencionaron que los resultados hasta el momento arrojados son: que los esqueletos encontrados dentro de las urnas fueron amortajados, pues en un análisis preliminar se detectaron residuos de textil sobre la mandíbula de una de las osamentas que así lo sugiere.
Por su parte, el antropólogo físico Stanley Serafín declaró que el proceso de microexcavación en gabinete se hace bajo estrictas medidas de limpieza a fin de no contaminar las piezas. Éstas son colocadas con la misma ubicación geográfica como se hallaron en el área de excavación de donde se sustrajeron; se les retira la tierra paulatinamente con palillos de bambú, y cada 10 cm se hace un dibujo a escala de ellas, para así llevar un registro tridimensional preciso hasta terminar el proceso.
“Aún nos faltan estudios por hacer como análisis de tierra al interior de las urnas que nos permitirán determinar la presencia de materiales orgánicos como telas o plumas, lo cual nos ayudará a saber si los individuos estaban ricamente ataviados al momento de ser inhumados.
“De igual forma, haremos análisis de huesos y de ADN con los que determinaremos la edad, sexo, patrones patológicos, alimenticios y genéticos que nos ayudarán a saber si hay individuos externos a la región de Comalcalco, o si estaban enfermos o desnutridos; y, a su vez, esto nos permitirá interpretar el tipo de rituales que se hizo con ellos”, concluyó el antropólogo Serafín.
*Fuente. INAH
En la periferia de la zona arqueológica de Comalcalco, Tabasco, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) encontró 116 entierros con más de mil años de antigüedad, 66 de ellos depositados en urnas funerarias y los 50 restantes alrededor de éstas. Dicho hallazgo representa la muestra esquelética más grande recuperada en esa región del área maya, lo que sugiere que podría tratarse de un cementerio prehispánico asociado a esta cultura.
Los depósitos funerarios fueron localizados debajo de tres montículos de tierra que habían sido arrasados previamente por actividades agrícolas. “Posiblemente, los 66 hallados en las urnas corresponden a individuos pertenecientes a la elite maya y los 50 restantes —que fueron acomodados en diversas posiciones alrededor y al pie de ellas— a sus acompañantes”, comentó el arqueólogo Ricardo Armijo, coordinador de las labores de salvamento arqueológico.
También se encontraron, asociados a los entierros, silbatos y sonajas de cerámica que representan tanto a animales como a hombres y mujeres ricamente ataviados, decenas de navajas, cuchillos y desechos de talla de pedernal y obsidiana, múltiples fragmentos de metates, y más de 70 mil tepalcates. “El análisis preliminar de estos materiales sugiere que los entierros tendrían entre 1,161 y 1,200 años de antigüedad, ya que corresponden al periodo Clásico Terminal (750-850 d.C.), aunque todavía falta efectuar estudios exhaustivos que lo confirmen”, declaró el arqueólogo Armijo.
El investigador del INAH manifestó que debido a la gran cantidad de restos óseos encontrados en un mismo depósito, suponen que los montículos fueron utilizados con fines funerarios, es decir, a manera de cementerio prehispánico, ya que hasta el momento es la muestra esquelética más numerosa recuperada en la región noroccidental del área maya, si se considera que los entierros anteriores en su mayoría han sido localizados de manera aislada.
“A 2.8 km al norte de la Gran Acrópolis de Comalcalco, en tres montículos que pensábamos eran parte de un conjunto habitacional prehispánico, hallamos 66 urnas funerarias —cuyas dimensiones tienen en promedio de 35 a 75 cm de alto y 35 a 80 cm de diámetro— con esqueletos que posiblemente pertenecieron a individuos de la elite maya según lo sugiere la evidencia arqueológica, pues este rasgo cultural en Comalcalco fue característico para sepultar a la nobleza.
“Además, detectamos en los esqueletos otras características como deformación craneal tabular oblicua, limadura e incrustaciones dentales —que en Comalcalco, como en otros sitios mayas, se practicaron desde el Clásico Temprano (300-500 d.C.) y sobre todo en el Clásico Terminal— que son rasgos culturales asociados al alto estatus durante el periodo Clásico (300-900 d.C.). Dichas horadaciones presentan algunas incrustaciones de jade en los dientes incluso hasta los premolares”, declaró Ricardo Armijo.
“Asimismo, asociados a las urnas funerarias localizamos 50 entierros acomodados en diversas posiciones alrededor de éstas. El depósito corresponde en su totalidad a una sola ocupación de la misma época, lo que nos hace pensar que fueron colocados expresamente para acompañar en su ‘camino al inframundo’ a las personas que fueron depositadas dentro de las urnas”.
El Proyecto de Salvamento Arqueológico Comalcalco II-Potencia —que comenzó a finales de 2010 y finalizó el 17 de junio de 2011— surgió a partir de un convenio signado entre el INAH y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en 2010 con el Centro INAH-Tabasco para instalar una subestación eléctrica.
“Por ello, el Instituto y la CFE realizaron trabajos de prospección, análisis topográfico, calas de aproximación y muestreos aleatorios que pudieran indicar la presencia de ocupaciones prehispánicas en el área, en predios que, por cierto, ya habían sido afectados antes de la adquisición de estas tierras por la CFE, compañía que en todo momento ha tenido interés en el proyecto de salvamento y lo ha sufragado”, comentó Ricardo Armijo.
El arqueólogo aseguró que después de efectuar un muestreo aleatorio sobre una superficie de 72m2, en uno de los tres montículos del área —de 70 X 40 m— nombrado como “Operación A”, encontraron la primera urna funeraria doble, con un cajete fragmentado en la parte superior de la vasija.
Ante el hallazgo, decidieron extender la excavación para recuperar las urnas en bloque, y posteriormente hacer la microexcavación en el campamento de investigación del Proyecto Arqueológico Comalcalco. Fue así que del 17 al 31 de diciembre de 2010, en el montículo denominado “Operación B” de 16m2, recuperaron 15 urnas funerarias más —de las cuales 13 contenían restos óseos de niños— y 12 esqueletos asociados a ellas.
Debido a la importancia de los hallazgos, la CFE y la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH —con autorización del Consejo de Arqueología— comenzaron una segunda excavación en el mismo montículo “B”, a partir de la primera semana de abril de 2011, ampliando la exploración de 16m2 hasta 88m2, en los que recuperaron 35 urnas más y 35 entierros asociados a éstas, así como el esqueleto completo de un cánido.
Las características principales del total de entierros del montículo “B” fueron que 28 se encontraban a 1.70 m de profundidad y a un metro por debajo del nivel freático, sobre un estrato de concha de ostión y cubiertos en su totalidad con cal viva, que al paso de los siglos, al mezclarse con agua, se transformó en una pasta sumamente adhesiva que permitió que los restos óseos se mantuvieran en perfecto estado.
“Creemos que el uso de cal entre los mayas Yokot´an, que habitan la región de Comalcalco, fue para evitar la putrefacción de los cuerpos y lograr que se preservaran para su paso al inframundo”, explicó Ricardo Armijo.
Posteriormente, se hicieron excavaciones en el montículo “D” —de 60 m2— que terminaron el pasado 17 de junio, donde debajo de un apisonado de barro cocido —de 1 m de espesor— se encontraron 15 urnas funerarias, 3 entierros directos y 3 hornos cerrados hallados in situ sobre un estrato de 10 cm de ancho de conchas de ostión. “Es posible que los hornos se hayan usado para la cocción del apisonado de barro que cubrió este depósito funerario a fin de protegerlo”, señaló el especialista.
El arqueólogo Armijo y su equipo de trabajo consideran que los montículos de tierra mencionados, fueron depósitos donde se llevaron a cabo rituales funerarios con características muy particulares, que serán afinadas cuando se analicen los materiales y el contexto de manera integral.
Una investigación minuciosa: la microexcavación
Hasta el momento, de las 66 vasijas funerarias encontradas, sólo 53 han sido sometidas al proceso de microexcavación, que el arqueólogo Armijo define como “excavación detallada y rigurosa en un espacio reducido y bajo condiciones de temperatura y humedad controlados, en el cual se realiza un registro minucioso de los restos óseos, el contenido de las urnas, las muestras de tierra y demás elementos relacionados con el objeto de estudio”.
Los responsables de coordinar dichos trabajos son el arqueólogo Ricardo Armijo y el antropólogo físico Stanley Serafín, quienes mencionaron que los resultados hasta el momento arrojados son: que los esqueletos encontrados dentro de las urnas fueron amortajados, pues en un análisis preliminar se detectaron residuos de textil sobre la mandíbula de una de las osamentas que así lo sugiere.
Por su parte, el antropólogo físico Stanley Serafín declaró que el proceso de microexcavación en gabinete se hace bajo estrictas medidas de limpieza a fin de no contaminar las piezas. Éstas son colocadas con la misma ubicación geográfica como se hallaron en el área de excavación de donde se sustrajeron; se les retira la tierra paulatinamente con palillos de bambú, y cada 10 cm se hace un dibujo a escala de ellas, para así llevar un registro tridimensional preciso hasta terminar el proceso.
“Aún nos faltan estudios por hacer como análisis de tierra al interior de las urnas que nos permitirán determinar la presencia de materiales orgánicos como telas o plumas, lo cual nos ayudará a saber si los individuos estaban ricamente ataviados al momento de ser inhumados.
“De igual forma, haremos análisis de huesos y de ADN con los que determinaremos la edad, sexo, patrones patológicos, alimenticios y genéticos que nos ayudarán a saber si hay individuos externos a la región de Comalcalco, o si estaban enfermos o desnutridos; y, a su vez, esto nos permitirá interpretar el tipo de rituales que se hizo con ellos”, concluyó el antropólogo Serafín.
*Fuente. INAH