martes, 28 de diciembre de 2010

Pectoral Olmeca de Chiapa de Corzo

La Maestra Lynneth Lowe, investigadora, arqueóloga y actual coordinadora del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos hace llegar la información que se ha publicado sobre el hallazgo del pectoral olmeca en el yacimiento de Chiapa de Corzo tras los trabajos arqueológicos realizados en dicho sitio durante este año.



Tras descubrir una tumba de elite de dos mil 700 años, probablemente la más antigua de Mesoamérica, el equipo de especialistas del Proyecto Arqueológico Chiapa de Corzo, sitio ubicado en ese municipio chiapaneco, descubrió otro entierro múltiple que se ha calculado corresponde al año 500 a.C., y el cual fue acompañado de una rica ofrenda entre cuyos objetos destaca un collar con un pendiente de estilo olmeca.

También localizado en el Montículo 11 de la Zona Arqueológica de Chiapa de Corzo, en Chiapas, en este segundo descubrimiento se encontraron los restos óseos de dos individuos adultos del sexo masculino, localizados en el interior de una de las esquinas del área de excavación de dicha loma.

Debido a su difícil ubicación y al mal estado de conservación de los huesos, el enterramiento se exploró parcialmente, en una porción de un metro por lado y 50 centímetros de profundidad del montículo.

En el Proyecto Arqueológico Chiapa de Corzo, convergen los esfuerzos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), de la Universidad Brigham Young (BYU), Utah, Estados Unidos; y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a través del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas.

La dirección del proyecto —que derivó en mayo pasado en el hallazgo de una cámara funeraria con las osamentas de cuatro individuos, y que se ha considerado la tumba de elite más antigua de Mesoamérica—, está a cargo de los arqueólogos Bruce R. Bachand, de la BYU; y Emiliano Gallaga, del INAH. Así mismo, cuenta con la participación de la arqueóloga Lynneth Lowe, del Centro de Estudios Mayas de la UNAM.

Lowe, quien estuvo encargada directamente de las excavaciones en la cima del Montículo 11, dio a conocer que este segundo hallazgo se registró hace unos meses, al finalizar la última temporada de campo en este sitio prehispánico de filiación mixe-zoqueana.

“Exploramos la orilla este de la tumba, la cual estuvo techada con morillos y tablones de madera que se vencieron por el peso de la tierra. Esto ocasionó que las osamentas quedaran muy fragmentadas y sólo se rescataron huesos craneales y vértebras de estos personajes, que fueron depositados hacia el año 500 a.C., quizá como acompañantes de un personaje de mayor rango.

“Es un enterramiento muy rico. En la parte explorada se encontraron ofrendas que simbólicamente guardan relación con el inframundo, compuestas de cinco vasijas, conchas, caracoles, restos de animales, entre ellos fragmentos del cráneo de un cocodrilo, un atavío brocado con decenas de colmillos de cánidos y el caparazón de una tortuga, un collar pequeño de cuentas de jade y partes de dos máscaras de hueso”.

Los arqueólogos Bruce Bachand y Lynneth Lowe, detallaron que entre las ofrendas que estaban cubiertas por una densa arcilla negra, se descubrieron dos pendientes grabados que formaron parte de collares, uno de de los cuales destaca porque presenta el perfil de un personaje de rasgos olmecas.

Realizado con el caparazón de una tortuga, este colgante es único porque hasta el momento no hay otra pieza similar. Se conocen fragmentos de otros sitios de la región, pero no completos.

El otro pendiente, elaborado en un mineral de hierro, se encontró parcialmente roto y tiene la representación de la silueta de un venado.

Las características generales del entierro múltiple y su ofrenda —señalaron los expertos—, confirman el uso temprano del Montículo 11 de Chiapa de Corzo como espacio funerario destinado a personas de alto rango; además de la conexión que este asentamiento mantuvo con el área nuclear olmeca en la Costa del Golfo, en particular con La Venta.

“El Montículo 11 fue una pirámide que debió tener entre 6 y 7 metros de altura en aquel momento, y representó la construcción principal del sitio en sus primeros periodos, pues allí eran enterrados los dignatarios. Pero en épocas más tardías, alrededor del año 100 d.C., las inhumaciones de este tipo se comenzaron a realizar en edificios más pequeños”, coincidieron en señalar los arqueólogos.

Actualmente los trabajos del Proyecto Arqueológico Chiapa de Corzo están enfocados en el registro de todos los materiales (restos óseos de animales, moluscos, perlas, y ornamentos elaboradas en jade, ámbar, pirita y obsidiana, entre otros) encontrados en la temporada de exploraciones, a fin de definir su procedencia. Todos ellos se encuentran resguardados en las bodegas del Centro INAH-Chiapas.

La suma de todas las piezas halladas en las ofrendas, “parece indicar que Chiapa de Corzo tuvo relaciones con el área del Golfo de México, de la Costa del Pacífico, la cuenca del Valle del Río Motagua de Guatemala, y los Valles Centrales de Oaxaca”.

Como parte de la continuidad de esta investigación, se habrán de desarrollar estudios de radiocarbono y ADN programados, para establecer con mayor certeza la temporalidad y posibles relaciones entre los dos entierros de elite encontrados hasta ahora en el Montículo 11 del sitio arqueológico.

En lo que respecta a los análisis aplicados a los restos óseos de los cuatro individuos encontrados en mayo pasado, a cargo del antropólogo físico Andrés del Ángel, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, el informe preliminar confirma el sexo y las edades.

Así mismo, el estudio aún en proceso, también contempla el análisis de los dientes, toda vez que dos de los individuos presentan incrustaciones dentarias de jade o concha, y representan los ejemplos más tempranos de esta práctica en la región.

Por último, cabe citar que el Proyecto Arqueológico Chiapa de Corzo cuenta además con el apoyo de la National Geographic Society, la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo de la BYU, el Programa Fulbright – García Robles, y donadores privados.

*Esta noticia puede encontrarse en su totalidad en INAH