Los científicos reconstruyen la momia de la esposa de Jaume II que murió tras alumbrar a su décimo hijo
La ciencia ha mostrado esta mañana su cara más frankesteiniana -sin que sirva el adjetivo de oprobio, sino al contrario: el personaje de Mary Shelley fue un adelantado- al presentarse la impresionante momia de la reina Blanca de Anjou, esposa de Jaume II (Jaime II de Aragón, el Justo). La soberana medieval presenta un aspecto magnífico sobre todo si se tiene en cuenta que su cadáver, como el de su marido, fue descuartizado, trinchado y paseado en la punta de bayonetas por un pelotón de liberales con ánimo follonero y obviamente antimonárquico en agosto de 1836 tras la desamortización de Mendizábal. Posteriormente, los maltrechos restos fueron devueltos a la sepultura por manos piadosas.
Los investigadores que escudriñan las tumbas reales del monasterio de Santes Creus (Tarragona), en el marco de un proyecto dirigido por el Museo de Historia de Cataluña (MHC), y que hace apenas unas semanas, el pasado marzo, mostraron la momia inviolada del rey Pere el Gran (Pedro III de Aragón), no se hacían grandes ilusiones con su nuera Blanca, pues los ultrajes a la misma están muy documentados y a la vista -por endoscopia- había un batiburrillo poco esperanzador. Sin embargo, ha resultado que la reina estaba casi toda en su sepulcro, aunque eso sí a trozos (y revuelta con dos hombres: no vaya ello en su deshonra, la mezcla fue post mortem). Ha habido que volver a armarla pacientemente, a la soberana, juntando restos como quien monta un puzzle hasta restituir la posición anatómica. Pero el resultado es espectacular.
Hoy ha sido posible, como en el caso de su suegro, entrar a ver a Blanca de Anjou en el recinto aséptico de una cámara estéril en el Centro de Restauración de Bienes Muebles de Cataluña, en Sant Cugat del Vallès (Barcelona). La experiencia, aunque empieza a ser casi un hábito intimar con momias de reyes antes del almuerzo, es impresionante. La reina es pequeñita (no llegaba al metro y medio de altura) y está en una posición pudorosa, recostada de lado y juntando las piernas. Acababa de parir. Lo primero que te viene a la cabeza es aquella desasosegante consideración de Ambrose Bierce de que incluso un cuerpo desnudo puede estar hecho harapos.
La piel de Blanca tiene un tono amarillento y un aspecto acartonado y amojamado. El cráneo se conserva parcialmente -falta la mandíbula, entre otras partes- pero la piel embalsamada ha permitido recomponer las facciones. Una antropóloga del equipo que la estudia musita tras la mascarilla que la reina era guapa. El estado actual en todo caso es de una belleza difusa y poco convencional por decirlo de manera piadosa. Parte del cuerpo, que corresponde a una mujer de entre 25 y 30 años, está esqueletizado. Falta todo el brazo derecho y el izquierdo son sólo huesos, con la mano retorcida en una posición imposible.
Hay en este cuerpo devastado sin embargo detalles maravillosos y enternecedores: la marca de las medias en la pantorrilla derecha, trazas del vestido y el cinturón sobre la piel; los pechos, en los que uno puede imaginar un remedo del movimiento sensual que cautivó a un rey hace siete siglos. La única muestra de tejido asociado al cuerpo es un pequeño fragmento de seda situado sobre la barbilla e identificado como un velo que debía cubrir el rostro de la reina durante el entierro. Unos tajos en la rodilla y el tobillo apuntan a que se trató de librar al cuerpo del rigor mortis.
La momia contiene, además de tejidos blandos, algunos órganos. En la zona abdominal los científicos identifican el útero, muy voluminoso. Sus dimensiones indican una gestación llevada a término, con muerte durante el parto o muy poco después. Sabemos por fuentes documentales, incluso una carta escrita por el propio marido, el rey, que Blanca de Anjou murió el 13 de octubre de 1310, a los 27 años, dos días después de alumbrar su décimo hijo, "després de gravíssíms dolors que li calgué sofrir per raó del part", según el monarca. La concordancia entre los datos anatómicos y las fuentes históricas ha sido la base de la identificación -aún no al 100 % como matizaron, noblesse oblige, los forenses- de la momia de la reina (por no hablar del detalle de que estaba en su tumba).
La buena conservación de los restos permitirá hacer una reconstrucción facial y comparar con los retratos escultóricos de la reina. También, como en le caso de Pere el Gran, se extraerá ADN para tratar de esclarecer la genealogía de la casa real e identificar otros restos. El estudio de la momia revelará, según los investigadores, datos sobre las prácticas de obstetricia medievales y sobre las sustancias que se administraban para mitigar el dolor.
En la tumba, ha aparecido -excepcionalmente, si se tiene en cuenta el saqueo- un pequeño elemento del ajuar de la reina: un fragmento de pendiente de coral, material que se creía protegía al portador. También han parecido dos mechones de cabellos.
De los dos cuerpos masculinos revueltos con el de la reina no hay muchos restos. Uno corresponde a un joven y se especula puede ser uno de los príncipes, el infante Ferran, muerto con unos veinte años. Del otro, un adulto de unos 60 años, que sería acaso el propio rey Jaume II, no hay más que un coxal, un hueso de la cadera.
Blanca de Anjou (1283-1310), hija de Carlos II el Cojo, rey de Nápoles, se casó a los 12 años con Jaume II, que contaba 28 y había estado casado antes. El primer hijo lo tuvo a los 13 años. Era tan consciente de los peligros del alumbramiento que hizo testamento antes del nacimiento de uno de sus hijos.
*Fuente. El País
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